21.12.07

La ascensión a la Maladeta

En el verano de 2005, mientras transcurrían los días de nuestras escasas vacaciones en el Pirineo, quise llevar a cabo una idea que me rondaba desde hacía tiempo. El macizo de la Maladeta o Montes Malditos está coronado por el Pico Aneto, al que desde el año 92 habíamos ascendido en cinco ocasiones. Es una ruta preciosa que ofrece un poco de todo: marcha nocturna, zonas interminables de rocas, travesía por glaciar, escalada, recorrido circular si el tiempo lo permite...etc. El único inconveniente y mayor desconcierto lo produce lo concurrido del recorrido. Al ser el Aneto, con sus 3404 metros, el techo del Pirineo es lugar de peregrinación obligado de todo amante de la montaña que visite la zona. En el Paso de Mahoma (trepada muy aérea y espectacular que precede a la cumbre) es normal hacer cola, pues hay que pasar de uno en uno, convirtiéndose aquel punto en un embudo en el que hay hasta disputas con otros montañeros por ver quien pasa primero...
En esta ruta, al superar el Portillón Superior, llama la atención la cumbre de la Maladeta, que siempre queda marginada por la eclipsante presencia de su hermano mayor.
Aquel verano de 2005 quise hacer realidad mi sueño de coronar esta hermosa y agreste cumbre.
Tenía que decidir la ruta. Mis dudas eran enormes, pues las dos alternativas de ascenso presentan dificultades técnicas dignas de tener en cuenta, pues iba a subir solo y quería disfrutar lo máximo del recorrido. La elección la dejé para el día de la ascensión.
Una noche hablando con Carmen (mi sufrida novia) decidimos que la siguiente jornada sería la propicia...
Otra vez se repetía el ritual: despertador a las cuatro de la mañana, dos platos de pasta para desayunar, vestirme con todo el equipo necesario, mirar constantemente el cielo para ver si hay o no nubes.
Estaba en el vado de la Besurta a las 5:30 de la mañana, completamente a oscuras, acompañado de algunos montañero que ese día intentarían subir el Aneto.
Los primero pasos por el sendero son torpes, con los músculos de las piernas entumecidos y tropezando con casi todas las piedras que mi pequeña linterna frontal no me dejaban distinguir.
Los montañeros que me acompañaban paraban constantemente durante el primer tramo del recorrido. Cada vez que lo hacía yo, me giraba y podía distinguir las luces de sus linternas cada vez más lejanas, que se perdían poco a poco, haciéndole sentir cada vez más solo. Al poco llegué al Refugio de la Renclusa, donde todavía no se percibía ningún movimiento de montañeros de los que allí pernoctan. Me alejé del refugio en dirección sur por unas pedreras muy inclinadas y resvaladizas. La oscuridad era absoluta y comencé a preguntarme si dado la hora que era y a la altitud que me encontraba era normal que todavía no se distinguiera ningún rayo de luz...
Mientras continuaba ascendiendo por el inmenso caos de piedras arrastradas durante miles de años por el glaciar de la Maladeta. Pasaba el tiempo y mi preocupación por la ausencia de luz me hacía mirar constantemente al este buscando algo de claridad en aquel negro absoluto. Mientras superaba los infinitos obstáculos que presentaba el terreno que ascendía, mi cara se empapaba de una humedad fuera de lo común. La temperatura comenzó a ascender cuando debía ocurrir lo contrario. Lo que primero era una agradable brisa se fue convirtiendo en en un viento capaz de traer una tormenta en pocos minutos. Comenzó a vislumbrarse una tenue claridad y mis sospechas se confirmaban, estaba inmerso en una densa nube cargada de humedad que no me gustaba absolutamente nada. Fue a una altura de unos 2900 metros cuando me vi obligado a plantearme si debería seguir. Después de una marcha de cuatro horas sin parar de subir y llegar tan alto cuesta mucho renunciar a un objetivo que, desde aquí no quedaba demasiado lejos...
Un pensamiento me aclaró todas las dudas; Si tenía cualquier percance, ¿quién podría dar conmigo en aquel inmenso pedregal perdido entre las nubes y la ventisca?
Me di la vuelta sin pensármelo.



El descenso se me hizo eterno. Una lluvia constante me acompañó todo el recorrido calándome hasta los huesos. Con la ropa mojada es importante no perder calor y mantenerse en movimiento, sin detenernos, ya que el viento, moderado pero constante, puede generar una situación delicada. Los enormes cantos rodados de granito abrasivo, al estar mojados, se convierten en trampas. Una torcedura de tobillo era lo ultimo que me apetecía.

Horas después llegué al vado de la Besurta con la sensación de haber estado en un lugar no apto para las personas. Otra vez será.

Dias después, con la seguridad de que haría buen tiempo, se repitió el "ritual"...

Todo igual: madrugón, desayuno, autobús, vado de la Besurta, marcha nocturna, Refugio de la Renclusa... todo igual que hacía dos días, con la diferencia de que en la inmensa pedrera en la que me di la vuelta, tuve la oportunidad de presenciar un precioso amanecer.
Presentía que sería un gran día...

Mereció la pena haber subido hasta aquí otra vez. Al poco tiempo superé una zona de mucha inclinación, se trataba de la morrena que precede al Glaciar de la Maladeta. En breve estaba sentado, con un sol radiante calentándome la espalda, poniéndome los crampones, dispuesto a ascender la enorme masa de hielo. Fue un verdadero placer poder caminar con esa luz, con esa temperatura, con esa soledad. Una agradable marcha en calma que solo se rompía con el estruendo lejano de algunas avalanchas de piedras que caían de las cresta de las Maladetas.




Cada cierto tiempo alguna grieta me cerraba el paso. Había que adivinar si era mejor sortearla por una lado o por otro.
Eran grietas no muy abiertas, pero si muy largas, que me obligaban a dar grandes rodeos. A pesar de todo era muy agradable.
La siguiente incógnita me la planteaba la salida del glaciar por la famosa rimaya. No sabía que es lo que me iba a encontrar. Normalmente en verano está tan abierta que no se puede cruzar...

Las siguientes dos horas prefiero no recordarlas, simplemente decir que en verano nunca volveré a pasar por allí...


Una vez acabadas las dificultades, ya en la cresta cimera de la Maladeta, pude volver a disfrutar de la ascensión. Ya quedaba poco para la cumbre. Desde luego la zona estaba desierta de montañeros, lo que era un valor añadido para mi, que buscaba el contrapunto a la masificación del Aneto. Media hora tardé en llegar a la cumbre.... Que sensación, que alegría, que satisfacción...
Feliz en la cumbre
La cumbre estaba formada por un conjunto de grandes piedras afiladas que caen a tajo por los abismos de las caras noreste y noroeste, en medio de estos, la Cresta de los Portillones. Las vistas... infinitas... Llamaban la atención el Aneto y el Maldito.


El pico Aneto desde la Maladeta

El larguísimo descenso lo hice por la otra vertiente de los Portillones por el glaciar del Aneto... para, horas más tarde, llegar a la seguridad y la calidez del valle...

Que aventura...

2 comentarios:

Leo Kutú dijo...

Hermano de la aventura (anzuelo),Luis:
Ya ves, tu me invitas y aquí estoy, no podría fallarte.
En principio te diré que me quedo con la foto donde te encuentras sentado en la cumbre de la Maladeta, es la culminación del efuerzo alimentado en la férrea voluntad en llegar,...con entusiasmo.
LA MALADETA
Mis ojos durmieron los sueños,
que dias y dias vivieron,
sembrándome el alma de estar.
Sentado en la cumbre cansado,
las piernas más no de mi alma,
repleta de fuerza en llegar.

Dos días pasaron de aquella,
mojada que me hizo pensar,
dejando en suspenso mi meta.
Dos días tan solo y volver,
sentarme en la altura preciosa,
natural,... de la Maladeta.-
De Leo Kutú, para mi hermano de los anzuelos, Luis Guerrero

Luis Guerrero Gómez dijo...

Muchisimas gracias Leo.
Es muy bonito este regalo amigo.